Ladrona -reprendí yo a la violeta
precoz-, ¿no habrás robado tu perfume
del soplo de mi amada? De sus venas
sacaste el noble tinte con que cubres
de púrpura tu suave consistencia.
Copió tu mano el lirio y lo juzgué;
el haz de mejorana hurtó tu pelo;
las rosas, espigadas, eran tres:
color rubor y blanco desespero,
y una tercera, a medias roja y blanca,
que aunaba a sus colores tu frescor;
por ese robo en plena exuberancia,
un verme vengador la carcomió.
Había muchas flores, pero todas
robaban tus colores o tu aroma.
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