Amo esos ojos que apiadados
Del tormento que tu desdén me inflige
Se han vestido de negro y dulcifican
Cual un bálsamo tierno mis dolores
Y en verdad, ni el sol de la mañana
En las grises mejillas del oriente
Ni la lúcida estrella vespertina
En el poniente y su serena gloria
Brillan cual tus ojos enlutados.
También tu corazón se digne entonces
Llorar por mí, si el luto te es propicio,
Compartan tu piedad todas tus partes,
Y juraré que la belleza es negra,
Y detestables los matices claros.
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